Todo y nada a la vez
- David Felipe Arévalo
- 6 feb 2020
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 6 feb 2020

Eso son, todo y nada a la vez.
Pasado y presente, más que nada.
Experiencias y motivos.
Razones y ganas.
Racionalidad y desmesura.
Olvido y recuerdo.
Seguridad y miedo.
Sol y luna.
Literatura y cine.
Rock y jazz.
Ausencia y presencia.
Felicidad y melancolía.
Día y noche.
Esperanza y desdicha.
Decisión y dubitación.
Densidad y aire.
Utopía y distopía.
Amor y odio.
Son fortuitos a veces, otras más, perpetuos.
Un lenguaje que solo ellos dos saben hablar. Capaces de entender lo que dicen, lo que cargan, lo que traen en sus mochilas, en sus bolsillos, en sus almas. Nadie más, nunca.
Solo aquellos individuos que se conectaron para siempre entre millones de personas. Se marcaron eternamente.
Pero al final, quieran o no, están destinados a ser uno solo.
*
Su tranquilidad pasó por ansiedad antes del reencuentro. Días atrás, eran un par de desconocidos que se conocían muy bien. De siempre.
Durante años los separaron kilómetros, pero siempre estuvieron cerca; ningún lugar está lejos de casa.
Él volvió a verla. Olfateó el aroma de su cuerpo, de su aliento. Probó el sabor y la pasión de sus labios, de su boca contenida, ardiente y libidinosa. La suavidad de sus caricias deslizándose por su rostro, desde sus cejas hasta su nariz, remarcando su extrema fascinación, rememorando instantes previos a vidas pasadas, a vidas difusas.
Las yemas de sus dedos se volvieron a tocar, sus palmas se juntaron simétricamente, sus uñas se volvieron a clavar en su piel. Aquellas miradas, con una alta dosis de sentimentalismo, se cruzaron de nuevo, una vez más se pudieron ver el alma por aquellas diminutas y circulares ventanas dilatadas y delatoras color café.
Pasó. Las palabras sobraron, estaban de más. Eran un adorno en el aire. Como la primera vez, ella cargó el peso de su cuerpo y en un movimiento plagado de decisión y bienestar, lo besó. Pasó. Él dubitó, no lo vio venir. No lo esperó. Pero lo disfrutó como nunca, como nada en la vida. Lo anheló desde siempre.
Ella cantó, él la abrazó con previo consentimiento, y la volvió a besar, intentando disimular el frío, los nervios y la zozobra que lo carcomían.
Estaba desconcertado, parecía un sueño, un muro gigante de concreto parecía atravesarse, él lo levantó por temor, por una única razón que lo hacía perder su mirada en el vacío, estar casi ausente; moría de miedo.
Caminaron, callaron, pensaron, reflexionaron. ¿Estaba bien? ¿Por qué pasaba? No lo sabían, tampoco querían preguntarlo y menos, tener una respuesta.
Solo la mística de ese momento siguió su rumbo, sin bifurcaciones estúpidas. Quién lo iba a imaginar, una vez más, ellos dos, bajo la luna del inmenso centro de una Bogotá nocturna que tenían en común.
¿Era acaso el principio del fin? ¿El hilo se tensó y estaba por romperse? ¿Venía el adiós?
Los minutos siguientes fueron una súplica al tiempo que, vehemente, no vacilaba en detenerse para permitirles conservar ese momento de sus vidas por siempre, de forma sólida, palpable, real; habría sido lo ideal.
Dos almas se volvían a encontrar después de años de laceraciones, de disimulos carentes de sentido.
Un beso más, coqueto, pretencioso y cargado de puntos suspensivos marcó el cierre de aquella noche insospechada, inédita y llena de remembranza.
En su mente quedó impregnado el aroma tropical a coco de su cabello; liso, largo, colorido.
Después vino un vacío que lo hizo pensar más, más de la cuenta. Fumó hasta que las cenizas fueron el fiel reflejo de sus sentimientos, de su vida, de su fuerza.
¿Habrá alguien capaz de amarla más? ¿Cuándo, cómo y dónde llegará a su vida?
¿Amar es sinónimo de enloquecer? ¿Acaso no enloquecemos todos un poco por amor?
¿No idealizamos a nuestras musas? ¿Las dejamos ir del todo? ¿Nos marcan de por vida?
¿Volvemos a ser los mismos? ¿Tiene algún sentido todo esto? ¡Carajo!
¿Acaso juega ella con él?
¿Acaso dejará de escribir sobre, por y para ella el escritor bogotano? Por desgracia, solo él lo sabe.
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